El partidazo de Koke con la Selección vuelve a avivar el debate sobre la posición ideal del capitán.
En el fútbol hay jugadores versátiles y jugadores inamovibles. Jugadores que pueden desempeñarse -a buen nivel- en varias posiciones y otros que, alejados de su rol y función específicos, pierden su esencia y, en consecuencia, su rendimiento. De un tiempo a esta parte, el centrocampista del Atlético viene mostrándose, fruto de su polivalencia y adaptabilidad, como uno de los primeros; condiciones que, fuera de toda duda, lo hacen un futbolista, si cabe, todavía más valioso para Simeone.
El pasado jueves, como viene siendo habitual desde que Luis Enrique optase por volver a contar con sus servicios, tras una etapa de ostracismo comenzada desde el Mundial de Rusia, pudimos asistir a una nueva Masterclass del ahora también capitán, con permiso de Ramos, de la ‘Roja’. Resguardado por Rodri y actuando de interior -aunque más cercano al pivote que Canales- en un 1-4-3-3 totalmente ofensivo; el madrileño volvió a dejar una demostración de lo que es un ‘arquitecto’: llevando la manija del juego, marcando los tiempos del partido y actuando con libertad cerquita del área rival.
Koke asume galones con la Selección
Y es que en su retorno a la Selección tuvo mucha, o la mayor parte de culpa, el paso adelante del ‘Cholo’ a principio de temporada: aquellos meses donde pudimos disfrutar de un Atlético renovado, que salía con la idea clara de presionar arriba la salida del rival, en bloque alto y con las líneas adelantadas como nunca antes habíamos presenciado en los últimos años (sí desde la vuelta del parón). Conforme avanzaba el tiempo, empero, parece que el frenesí inicial se vio sustituido por una idea híbrida capaz de combinar planteamientos agresivos con otros de carácter más conservador; haciendo bueno, asimismo, el famoso tópico de disputar «varios partidos dentro del mismo».
Porque el asombroso arranque de curso por parte de los rojiblancos, el cual permitió terminar la primera vuelta a ritmo de los 100 puntos, se explica, en buena medida, por ese nuevo aire en la pizarra del ‘Cholo’ que benefició a tantos futbolistas: Suárez, João, Llorente, Carrasco… jugadores, todos ellos, peligrosos más cerca de la portería contraria. Una revitalización justificada y explicada, en rueda de prensa, con el argumento del fichaje de Suárez, aunque sin llegar a hablar de evolución. Pues la incorporación del uruguayo, a estas alturas para pocos trotes por edad y físico, obligaba a jugar muy cerca del área para dotarlo de balones en zonas peligrosas, en lugar de apostar por un repliegue donde el ‘9’ viviese a treinta metros de la meta contraria y su única función consistiese en bajar balones (correr al espacio, como que no). Ahí, sigue siendo infalible.
Entendimiento con Herrera
Unos meses donde, de igual forma, pudimos disfrutar al máximo de una de las mejores versiones -sino la mejor- de Koke en los últimos años. Con el cambio al 1-3-5-2 (o 1-5-3-2, dependiendo del contexto) el centrocampista empezó a rendir a un nivel sublime ocupando el puesto de interior, aportando toda su creatividad al juego atacante del equipo. En un principio Saúl y posteriormente Herrera, con quien demostró una química altísima, interpretando la misma partitura y entendiéndose de manera fabulosa; eran los encargados de posicionarse por delante de la defensa, como ‘pivotes’ y últimos hombres del centro del campo.
De hecho, los encuentros donde el Metropolitano pudo presenciar el mejor juego ofensivo desplegado por los rojiblancos, contaban con la presencia del mexicano, acusado de lento pero aportando, en primer lugar, clarividencia y sentido del juego. Unidos a una salida limpia de balón, rapidez de pensamiento (no tanto, en ocasiones, de ejecución) y verticalidad en la distribución -lo que le llevó a cometer algún que otro error en fase de inicio- pero con más ventajas que riesgos.
Mientras, el colectivo se beneficiaba de un Koke, siempre inteligentísimo, más participativo en los metros finales de la jugada, liberado para llevar la manija del ataque y erigiéndose en el metrónomo del equipo. Sin la obligación de recorrer tantos metros en fase defensiva y sin participar en ‘guerras’ que no le tocaba librar. Haciendo las veces de playmaker, como dirían los aficionados a la NBA. Enlazando las líneas y organizando, gracias a su toque y visión de juego. Desde ahí, Koke mejoraba todas las jugadas de ataque que pasaban por sus botas e incluso conectaba con un João -beneficiado de su posición- más involucrado en todas las facetas del juego.
Pero a las ausencias reiteradas de Herrera, entre lesión muscular y lesión muscular, se sumó la irrupción y subsiguiente confirmación de Thomas Lemar, quien pronto se hizo dueño de la posición de interior izquierdo al tiempo que el madrileño bajaba un escalón para ocupar el rol de pivote organizador. El caso es que en la base también ha rendido a las mil maravillas: aportando una salida clara y limpia de pelota, ritmo a la circulación de balón y soluciones, desde el ofrecimiento y la asociación, a todos sus compañeros.
Pero ello, claro está, implica renunciar a esa versión espectacular mostrada en el tramo inicial así como en cada convocatoria con Luis Enrique. Prescindir de su capacidad para organizar los ataques, con presencia en metros finales y zonas peligrosas de tres cuartos, donde puede aportar esa visión, imaginación y último pase. Cualidades resumidas en la magistral asistencia del jueves, frente a Grecia, a Morata. Un pase de gol al alcance de muy pocos peloteros en este mundillo.
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Una vez recuperado Herrera para la causa, el debate está servido. El buen rendimiento de Lemar parece indicar, al menos por el momento, que habremos de esperar para ver a Koke en esa demarcación. No obstante, el canterano y capitán general del líder seguirá, como de costumbre, rindiendo de manera sobresaliente; sea cual sea la posición ideada por su entrenador.